domingo, 14 de diciembre de 2014

Déjame

Los elementos que unos llaman entretenimiento son para otros la dosis de morfina diaria.
De igual forma, aquellos que duermen y aseguran que descansan, distan mucho de los otros que duermen para soñar y realizar sus sueños, levantándose después más cansados que al acostarse, si cabe.
No hay nada más agotador que ver el tiempo pasar sin conseguir lo que el alma te pide.
 
 
Quiero pedirte mi primer favor.
Olvídate de todo lo creado
aquí
durante todo este tiempo,
como me pediste
aquel aciago día.
 
No me observes ni me mires de esa manera.
No saques a la luz cosas que solo nuestras sombras saben
que son nuestras.
 
Por favor, quiere de una vez.
Que un amor llame a tu puerta y tú la cierres
pero sólo una vez que entre.
Deja que yo me consuma en las cenizas de mí misma,
las pocas veces que soy fuego.
 
Deja que pueda olvidar que siempre te recuerdo.
 
Deja que trabaje para sacarte de la mente,
deja que pueda dejar de pensarte
de cada cosa en la que te recuerdo.
 
Deja que sea yo la que decida,
la que mire sin observarte,
la que fluya y viva y sangre
sin dejar rastro de toda esta muerte.
 
Deja que regrese el calor a mis manos.
Deja que vuele mi imaginación inerte,
que las noches son muy largas y duele que tus labios
bendigan algunas pieles con suerte,
 
deja que duerma a gusto sin pensar
en qué piensas, y en si lo haces a veces,
que mi mente ya no deja entrar ningún sonido
producido por tus cuerdas vocales.
 
Pero aquí estoy, en mis trece
trece veces en orden ascendente,
donde no ha habido más sal en mis ojos
por estar ya lleno el recipiente.
 
Aunque si se evapora es por el calor
de pensar que ojalá te tuviera,
así Sabina sabría dos veces mejor.
 
Porque sabes que tú y yo seríamos enormes
y no tendríamos días para pensar en el horror
de no volver a tenernos tan (de) cerca,
 
pero silencio,
que ya se acerca otra canción.
 
 

miércoles, 19 de noviembre de 2014

Vicios y... virtudes

Algo me ha hecho decir hoy que no iba a parar. Para qué. No tengo voluntad ninguna. Nada más lejos del arrastre diario de los impulsos musculares. No han servido de mucho los disgustos que me he llevado a lo largo de los años, los regalos no recibidos, los castigos, los labios hinchados (he saboreado hasta cayena; lo recuerdo), y nada, yo erre que erre.
He decidido hablar claro. La verdad es que no he integrado una mierda.
 
He escrito versos de mil métricas distintas. Me he imaginado en todas las situaciones posibles: dramáticas, exacerbantes, de felicidad suprema, de luto y alegría, vida y muerte. He soñado conversaciones, he pronunciado palabras en susurros y voz baja. He cantado al aire y en silencio canciones, he compuesto melodías dentro de mi cabeza, porque con mis torpes dedos no puedo (sin uñas están perdidos). He pensado estar equivocada, he jurado estar en lo cierto, he soñado con que me falta información y me he despertado pensando que ya ha sido todo dicho. Llorando y riendo falsamente, corriendo a veces, andando o parada las más de ellas, pero estancada. Huyendo al mundo uñil cada vez que intuyo que la realidad aparece, o tal vez que me inhunda el deseo y el sueño de nuevo. El caso es que huyo tanto de lo real como de lo imaginario, y entre medias no vivo. Sigo, pero no es lo mismo.
A ver quién me devuelve mi esencia ahora.

Y aquí nadie se entera, nadie sabrá nada porque callar me sale más barato, aunque tampoco preguntan.
Es extraño, pero la tristeza no llega. No sé si me la estoy comiendo con cada uña o la disipo de forma infrarroja.
Conozco la falsa satisfacción a la perfección.
Conozco este nudo del pecho.

Te conozco a ti desde hace mucho, mucho tiempo.
Desconozco quién me conoce.
 De dónde sale, entonces, esta maldita entereza.
Escribo mientras mastico (maldita la hora de hace 17 años). Y te maldigo a ti, que me estás haciendo crecer demasiado rápido. Sin saber siquiera lo que estás causando.

domingo, 16 de noviembre de 2014

Judas

A golpe de guitarra y tinta,
papel blanco y mente bulliciosa.
Aquí solo yo puedo dar el pistoletazo de salida.
Yo decido cuándo echar a correr y hacia dónde,
a pesar de que me llueven las dudas y las certezas.

Cervezas, cervezas por dentro y más que necesito
pero yo entera, y de pie,
música en mano y letras
y tinta y papel.

Soy de puntas redondas aunque se me está afilando el pensamiento.
Demasiado dulce hasta ahora, ahora
que lo amargo escuece
y sale hacia fuera a modo de humo.

Superación y dolor a partes iguales,
siempre olvido,
raras veces recuerdo.

"You lied! You lied!
Jesus Christ, it's only a man... "

No entiendo nada.
Por vez primera no me sirve la razón
y ante la duda, improvisación.

Sólo plantearé la carrera.
Quien quiera venir, que venga.
Pero repito que yo decido cuándo se juega.

Voy a dar miedo,
temedme.

No me pega ser el algo de alguien.
Quien quiera venir, que venga.
Pero que venga si tiene cojones.

domingo, 2 de noviembre de 2014

De los hilos.

Bien.

Por fin.

Uno de los dos ha sacado a pasear a las gemelas tijeras.
El fino hilo, bañado en sudor, tiembla delante.

La teoría de las cuerdas que nunca se han tensado.
 
 
Parece que no nos importa mirar cuando se desnuda el cuerpo
pero salimos corriendo si se desnuda el alma.
 
Y así nos va.
 
 
"La física cuántica me confunde" y también cuando me miran.
He dejado de contar y la estoy cagando al sumar,
acabaré por no ver nada.
 
Por otro lado,
mirad que es difícil traspasar la barrera y aún así hay quien lo intenta.
No lo entiendo.
Para qué.
 
¿Me habéis mirado bien?
 
Por supuesto. Lo han intentado sin mucho interés y de refilón.
Valientes.
 
Valientes cobardes.
 
Y yo aquí, del club de los Malqueridos Anónimos, donde ya todos me conocen.
 
Mirad.
Leo y pienso.
Siento mal y a deshoras, siempre. 
Escribo mal.
Me relaciono peor.
A veces creo que me salen del pecho algunos hilos
sueltos, flojos, semirrotos, que a medida que me alejo menos distingo.
Me aíslo y crezco envuelta en niebla, cuando ya no sé ni por dónde andar.
 
Déjalo. Ya traigo yo las tijeras.
 
Dónde narices habré dejado la brújula.
 
Maldita sea, qué tarde es ya,
que tengo que tirar y no sé por dónde empezar.

martes, 28 de octubre de 2014

Open mind (I)

Focused.

Yo espero (espero) las puertas abiertas y tú no haces más que abrirlas dejando el candado puesto.

Yo sueño con la vida y tú la vives soñando.

Yo escribo y leo y tú juegas y creas y corres.

Yo hago lo que puedo y tú lo puedes todo.

Yo espero.
Hasta el día que me canse de hacerlo.

Wide-opened.

Vosotros reís fácil y yo me esfuerzo por hacerlo.

Sois tantos y tan pocos.

Yo camino por senderos sin olvidar los antiguos, y vosotros os dedicáis a nadar sin rumbo.

Vosotros recordáis y yo os recuerdo.

Yo siento y satisfizo mis anhelos dentro del pensamiento y vosotros nadáis en deseo.

Yo os observo.

Vosotros no leéis esto.

Vosotros vivís; yo estoy en ello.

viernes, 26 de septiembre de 2014

El prado

Nunca está y sin embargo viene conmigo a todas partes,
ve lo que yo veo y escucha cada canción.
Se pierde por desgracia todo lo que me sucede
y cuando está, la que tiene que irse soy yo.

Ya me cabalgan los caballos a toda velocidad
por los prados del alma, que ya anhelaban su llegada,
y ni las vallas los frenan, ni los ríos, ni las montañas.
Los días no suponen el fin de las noches
ni éstas preceden al alba, porque aquí
dentro
el sol está siempre puesto o eclipsado, a veces,
y nunca se va del todo.

La brisa hace cosquillas aunque algunas veces duele,
agitando las crines de los veloces equinos
que se encabritan como nunca los días de suerte, y es curioso,
sólo los días bendecidos por su presencia,
los días que merecen la pena vivir.

Ahora no llueve en los prados,
no hay racimos de nubes arriba, no hay corrientes cálidas ni frías abajo,
no se condensa ya el agua
y los animales están asustados. Y sedientos.

Yo soy los caballos. Sus latidos también son los míos.
Ironía que yo buscase los nudos, sentirlos aquí
dentro,
y que ahora sean compañeros de viaje.
No consigo compartirlos ni esparcirlos por el aire,
egoísta de mí.
A las penas a veces nos da pena ahogarlas.
Los días sólo pueden ser de dos tipos,
se llenan de tipos los días
pero no sirve de nada, el color es sólo uno y la curva que más brilla y llama
sólo una,
nunca lo suficientemente cerca.

Ya sé. Ya sé que el nudo no va a deshacerse,
converso con él para llevarnos bien
porque ha venido para quedarse,
me va a acompañar largo tiempo.

Pero maldigo a cada hora la pequeña llama que sigue encendida,
a pesar de que no hago más que soplar y soplar
e intentar taparla
y quemarme los dedos de paso.
Y maldigo el oxígeno que me queda,
que se queda cerca
y mantiene la combustión eterna.

Maldigo tu tremendo oxígeno
y que no te lo lleves todo contigo cada vez que
te vas,
que siempre dejas atrás el justo para que no se apague la llama
y no se deshaga el nudo
y no se tranquilicen los caballos, que se van alejando
y yo aquí, tranquila por ver los prados otra vez llenos
pero duele
y estoy confusa,
a pesar de que sigo caminando.
Firme.

Como duele, así inspira
y así fortalece,
así me enseña a esperar
la paciencia que sólo te pueden enseñar
personas así
idas y venidas así
llamas que no se apagan nunca
y caballos que corren más que el viento
pisando las flores y los pastos.


domingo, 6 de julio de 2014

Banco tibio.

 
 
No se necesita cristal para hacer de espejo. Os lo demostraré.


 
Con la iglesia de piedra a mis espaldas, sujeto un banco al suelo, en calma, una cálida y silenciosa tarde de julio. Se escuchan cánticos de alabanza cercanos, pero no encuentro nada más espiritual ahora mismo, en esta plaza, que el canto de unos cuantos pájaros tardíos.

Soy, con toda seguridad, el único alma que se encuentra en cierto estado de meditación mientras escribo esto, en un par de kilómetros a la redonda. De alguna manera, converso en voz alta conmigo misma dentro de mi cabeza.
Me apetecía dejar por escrito lo sencillo que es todo esto y lo compleja que estoy resultando yo últimamente. Aquí, en esta minúscula plaza (si así puede considerarse) soy, mal comparada, un cuadro extraño relativamente a la vista.
Es entrañable lo bien que llevan sitios como estos la tristeza, como si ya la hubieran digerido tanto que no cupieran más suspiros de angustia. Imagino que los lugareños se preguntan extrañados qué hago yo escribiendo esto ahora, sola. Resulta que pretendo expresar de alguna forma la curiosa serenidad que me invade ahora mismo.
Sin embargo, parecen más fuertes los trinos de los pájaros que los de la sagrada trinidad. De vez en cuando un esporádico motor gruñe, pero no hay sonido que no se haya acostumbrado ya a esta prolongada calma.
No atisbo tristeza en esta plaza. En realidad atisbo poco en este sitio. Y sin embargo, la iglesia es catedral a ojos de este templo meditabundo de quietud, y luce hermosa a pesar de que está vestida de andamios. Dice que lleva demasiado tiempo en obras. Dice que en realidad se muere por estar de nuevo desnuda.
Estoy sentada justo al lado de un pequeño arco majestuoso que probablemente custodie la entrada al jardín que unas pocas imaginaciones han construido en algún momento de sus vidas. Sé que aún me quedan sitios por descubrir. Probablemente tan soñolientos y nostálgicos como este.
Me alegro de haber salido a la calle. La soledad es menos soledad entre bancos de madera tibia y enormes piedras calientes. Las 8 de la tarde de un verano cualquiera ahora me parecen la hora más maravillosa del mundo.
Sí, puedo percibir que la sensación de soledad me desaparece por un momento. Hace poco que un amigo se ha ido. En todos los sentidos. Uno de los pocos un poco como yo. Y me ha resultado un extraño. Parece ser que hay esencias destinadas a chocarse una vez y no más. Una sola vez. A veces nunca llegan a toparse, por infinita desgracia, pero eso es otro tema. Quiero decir que a veces la gente se va sin haber llegado siquiera, y eso es más triste incluso. Los días en que me doy perfecta cuenta de que faltan despedidas y sobran palabras vacuas se me cae un poco la vida al suelo. La maldita conciencia en parte no me perdona. Dice que una vez fui algo y ahora eso ha quedado atrás. Voy a tener que salir a buscarme de nuevo, maldita sea.
En el amplio mundo de la ciencia se dice que el límite entre una estrella oscura y el resto del universo es denominado “horizonte de eventos”, donde el tiempo y el espacio se deforman por completo. He podido ver que los niños también saben hacer eso. De pronto, pueden alargar o encoger una unidad tan universal como es el segundo, si se trata de ganar o perder una carrera. Los niños son una maravilla. Son como nosotros pero más puros y enérgicos. Los niños son los seres más enérgicos del mundo. De alguna manera contagian toda esa vida que tanto nos hace falta a los “mayores”. Qué desgracia de crecimiento.
Estoy rodeada de unos pocos. Juegan en la plaza. Reciben taimadas riñas, pero apenas les entran en la cabeza. Si hay algo peligroso de verdad es un niño que empieza a crecer torcido.
Debo tener algo sano en el aura, porque se acercan a mí. En parte por curiosidad por saber qué demonios estoy haciendo, y (supongo) que en parte intuyen que en realidad lo que necesito es un par de buenos amigos, para variar. Un par de almas, tampoco pido tanto. Pobres. Desconocen las historias que albergo en mi mente y a la vez la falta que me hacen otras nuevas.
Hace poco he contestado a una persona que no puede meterse en mi cabeza, de manera que pueda adivinar mis pensamientos o mis futuros actos. Y me ha contestado que “afortunadamente no puede”. No supe cómo tomarme ese comentario en aquel momento, pero ahora sé que duele, al menos un poco.
En fin. 20:34 horas del 04 de julio de 2014.
Para el universo.
A una nube de distancia de que regrese la calma que tanto me ha tranquilizado en otros momentos. Momentos como éste.

 





sábado, 17 de mayo de 2014

Inicio.


La capacidad de soñar se mide en sueños no realizados. A pesar de que a veces conseguimos alcanzar esos pequeños sueños que vamos teniendo a lo largo de nuestra vida, las personas parece que necesitan seguir soñando. A pesar de tener una larga lista por cumplir, la cual vamos engrosando cada vez que cerramos por un momento los ojos al mundo de ahí afuera.

Desde hace tiempo noto que camino segura, pero no sé hacia dónde exactamente. He recogido mis bártulos y los he metido en una mochila, junto a todos mis libros leídos y por leer y me he puesto a caminar. Hace tiempo que persigo miradas pero éstas corren más que yo y se despistan. La existencia es breve pero inmensa, hay multitud de blancos y que yo sea uno de ellos es algo más fruto de la casualidad que de la intención.

Es posible que haya cogido velocidad yendo al rebufo de dos o tres de los que más me fascinan, y sin embargo, llegados a este punto, he podido detenerme un instante en un quiebro en el tiempo.

¿Dónde estamos?

“Dónde estás, querrás decir. Aquí solo estás tú, contigo, y nadie más”.

Tal vez me haya equivocado, y en realidad lo que llena mi mochila es un puñado de ideas configuradas y moldeadas dentro de mi cabeza en algún momento de mi pensamiento. A lo mejor lo que intento es llenar esa especie de hueco incómodo que me dejó aquel aciago 12 de julio, viernes. He guardado en mi mochila la necesidad de unos labios y un corazón a juego con el mío, que de tanto leer y pensar ya he imaginado cómo puede (o mejor dicho debería) ser. Desde que he empezado a correr, me he colocado las gafas de precisión “almamentística” y me he dedicado a evaluar a cada persona con la que me encontraba, por comprobar si era ella. Cuando las gafas me decían que existían indicios de posibilidades amatorias en alguno de los sujetos a los que evaluaba, se encendían y emitían un sonidito apenas audible. Entonces me quitaba las gafas, abría la mochila y sacaba todas las ideas en formato papel y revisaba los detalles allí escritos. No importaba que aún no coincidiesen; algún día lo harían. Porque algo dentro me dice que él me quiere, que aquél me desea y le gusto y todo eso tan bonito que ha escrito lo ha escrito para mí, porque llevo tanto tiempo corriendo detrás de su esquela que ya ha debido darse cuenta de que le persigo, que soy yo lo que busca, porque tengo que ser lo que alguien busca, tengo que serlo…

He detenido mis pies, justo aquí, en el filo del acantilado más pequeño y menos terrorífico que he podido encontrar, solo para demostrarme a mí misma que estaba caminando hacia ninguna parte. No hay nada que deba asustarme, más que el simple hecho de no manejar mi soledad. Me empeño en repetirme a mí misma que sé cómo acompañarme de ella en paz y armonía, y es así la mayor parte del tiempo, pero en ocasiones, cuando no me doy cuenta, rebusco en mi mochila mis ideales y los coloco delante de cada persona, comparando, observando, por si alguno de ellos encajara.

Necesito detenerme a pensar en cuál es mi camino. Mi camino es el del aprendizaje, de momento y hasta ahora, y en él se supone que estoy. A veces me desvío un poco pero más tarde consigo recentrarme. La cuestión es con quién estoy caminando. ¿Debo dar pasos sin esperar que nadie se coloque a mi lado para darme conversación, o debería salirme del sendero y colocarme al lado de alguien para hablar? Me he dedicado enteramente a hacer lo segundo. Me he dedicado a recoger los papeles caídos y las frustraciones y las (a veces) penas de aquellas personas para devolvérselas en espera de un considerado “gracias”. Pero no parece que haya obtenido demasiado. Tampoco parece probable que cuando deje de hacerlo ellos noten la diferencia.

La realidad a veces se vuelve incómodamente intensa, susurrando al oído. La molestia aparece cuando la nube fantástica que me envuelve se difumina un poco, como la neblina hacia el mediodía en cualquier playa de la atiplada costa del norte.

Intento resistirme a las intuiciones, pero creo que no han fallado demasiado hasta ahora y me resulta verdaderamente difícil. Qué puedo hacer, me pregunto ahora. No puedo seguir creando ideales prefabricados para almas tan convulsas como pueda ser la mía. No entiendo cómo puedo intentar encajar la existencia de una persona dentro de uno de los moldes hechos por mí si yo no soportaría que hicieran lo mismo conmigo. Aún recuerdo las amargas palabras de labios de aquel ser con el que compartí tiempo y energías hace ya casi un año. No quiero algo así para nadie; ya basta.

La historia es que hay demasiada vergüenza. Me avergüenza hacer lo que hago en pos de él, me siento enormemente ridícula y aun así parece que sigo haciéndolo. No sé dónde queda mi orgullo, he debido de meterlo en algún cajón del que tiré la llave, aunque a veces golpee desde dentro. Tal vez debería dejarlo salir. Lo encerré por miedo a que si se presentase la ocasión definitiva y tan ansiada saliese a decir: largo de aquí, ahora no queremos lo mismo que quieres tú. Tengo auténtico miedo a decir “no” a lo que llevo tanto tiempo esperando, y por eso recojo papeles y frustraciones y penas como un sirviente para él a cambio de sonrisas y miradas que tan mujer y densa me hacen sentir y más de una risa burlona y fácil por chorradas y estupideces que no vienen a cuento, pero que me devuelven la pequeñez que había perdido gracias a esa mirada, al parecer, intensa.

No puedo apartarme de él. No puedo. Pero es imperante aprender a llevar que no quiera caminar conmigo más que a ratos y en ciertos estados humanos y sólo a veces, mientras yo camino con él constantemente a distancia y encima y dentro de él, de manera ligera y cómoda para que no le pese demasiado y se canse de mi esencia y me tire a la cuneta.

Me callo por no asustarlo, le escribo para decirle tantas cosas que me vuelve el pánico y lo desecho, no vaya a ser que también salga corriendo. Estoy harta de toda esta histeria absurda y nociva. Estoy harta de besar el suelo que pisa y el aire que respira aunque de verdad así sea, de arrodillarme para que no pise los charcos y mancharme yo toda de barro y escuchar las risas de fondo. El verdadero dolor viene cuando me doy cuenta de que todo lo que hace sale de cosas brillantes, creativas, ingeniosas, locas y buenas, y que vale mil veces más de lo que se pueda percibir a simple vista, aunque todo esto sea verdad a medias. Qué importa engrosar las virtudes de alguien si disfruto de ello, porque disfruto de él cada vez que le tengo unos minutos cerca. Qué me importa a mí estar equivocada si todos tenemos derecho a que alguien se equivoque cariñosamente con nosotros y nos quiera con tanto fervor. A todos nos gustaría, a todos.

Debería dejar de lucirme delante de él, porque ya ha visto todo lo que tenía que ver, y lo que no, si quiere que se encargue de verlo. Debería quitarme la cofia y el traje de ama de llaves para ponerme ropa de calle y una mochila nueva y nuevos zapatos para caminar y bailar. Debería seguir orgullosamente mi camino, a riesgo de caminar durante mucho tiempo sola, a veces junto a mariposas y a veces junto a moscas. Las esencias humanas se funden y se separan necesariamente a lo largo del tiempo, pero nunca permanecen; es imposible que lo hagan. Las cabezas piensan o no lo hacen, los ojos pueden ver pero no mirar y es así por naturaleza.
Orgullo, brillante interior escondido, te pido que me ayudes durante el tiempo que sea necesario aunque maldiga cada día que te tenga a mi lado si espantas aquello que mi alma pide a gritos, pero ven conmigo y hazlo, ayúdame en este tramo.
Las esencias maduran, como las mentes, como los cuerpos. El tiempo también madura, y la piel y los sentidos, y el alma se curte. Y sabes de sobra que necesitas libros y personas que adoren los libros, y la vida y correr descalzos.
Sabes que quien quiera compartirse contigo no tiene que cumplir necesariamente todos los requisitos, ni siquiera uno solo. No sabes qué depara el horizonte ni qué producen las huellas del pasado, no lo sabes. ¿Por qué querrías inventártelo?

No dibujes tu destino, camínalo.

domingo, 16 de febrero de 2014

Outsider


Mucho para pensar, demasiada corteza gris y poco tiempo.
Todo. Ahora.

La historia prosigue así.

Casi sin darme cuenta comencé a caminar fuera del cementerio. Camino de tristes cipreses, altos como la sombra que me precedía. Dejé el cuerpo bajo suelo para lo que me queda de existencia, sin tener en cuenta a los carroñeros de turno. Sé que conseguí sacudirme las cenizas de encima en algún momento, el olor a casa en llamas, aunque no sé cómo. Una casa en la que ninguna parte de mí pertenecía. Lamentablemente y nunca.
Me tatué fuerte la huella emocional que me llevé de allí en el pecho. Quema, claro que quema.
A veces regreso para comprobar que todo aquello sigue tan muerto como la última vez que me alejé.
Me encapucho de polvo para mayor disimulo. En el rostro se torna barro.
“No se ve, la vida se me queda oscura”

 
Pero tremendamente elefantada aquí sigo, paladeando cada segundo de pisada. Enormes orejas como radares o espantamoscas. Quién sabe. Herramienta nasal que capta olores o feromonas. Soy tremendamente grande pero soy sigilo.
Os estrangulo desde detrás, al paso, y no os dais cuenta.

 
Rebobino.
En aras a mi aparente genética de subsuelo parece que también enterré recuerdos nada más hundirse mi último barco. Todo a pique. Por conveniencia está y estará perfecto en el fondo del océano, llaves y cofre y mapa del cuestionable tesoro. No late, y me alegra, ya que me importa una mierda. Su rostro no ocupará más mi pensamiento: enorme y pringosa mancha de tinta encima.

Sigamos. Que a mí lo que me interesa es caminar ahora.

Besos y palos de los malos, claro.
Ocupo demasiado espacio.

El sigilo como meta. Diligencia de pasos pesados que esperan no trastabillar algún día. A ver si así.

No comprendo cómo me sedo, pero lo hago. Parece que funciona por oleadas. Puedo morir y renacer en la misma noche varias veces y apenas ondear el viento; pero me crecen garras, ya lo creo que sí. Putas uñas nacidas del alma. De esas que sólo se notan con el contacto del agua sobre el arañazo que han dejado.

Lo que trago no es normal ni lógico. Como la garganta no me avisa yo sigo. Derecha y al abismo.
Darle nombre al sabor de boca es mi prioridad.

Abro los ojos y el cerebro. A ver de qué son capaces.

*Especial mención para las bandadas de cuervos ávidos que rondan el camino.
Ni así ni nunca, me temo.
Seguid, perros.

Para mordiscos, los míos.


[Intento de poema –el ritmo recuerda a Costa]
Poemas de esos que no llevan a nada. Ridícula la rima y la poeta. No hay mucho que hacer.

 
Si algo desprendo ahora es feromonas de ceniza y de luna llena.
Colmillos listos para la mejor de las cenas.
Difícil de saciar,
llamo a filas a la humanidad
a ver quién me llena.

lunes, 10 de febrero de 2014

De corcho


Cuando subo al mundo suelo venderme por un beso. De esos que luego saben a ponzoña.

Cada vez que asciendo me enveneno un poco por dentro. Una vez casi me pierdo, casi fui muñeca de trapo dentro de aquel espectáculo completamente idiota. Pero supe volver.

Menos mal.

Se me olvida lo bien que nado aquí abajo. Mi amigo el viento es el único que viene a visitarme, a despeinarme, pero tonta de mí lo rechazo. Es absurdo que intente tener el pelo siempre en su sitio, colocado, maniática  y obsesiva de mierda.

Colocados, o simplemente locos. Me fascinan sus motivos y también su falta de ellos. Me arrastro detrás incansable, claro que me arrastro, vacilándome el paso, como hizo en su día Kerouack, tal y como estoy haciendo ahora a pequeña escala. A ver si consigo que se me pegue algo, que parece que solo brillo cuando deliro.

Cuando me buscan lo hacen en el auge de la bebida o la soledad. Creo que soy la calma, o la tormenta, depende. Cuando me buscan allí arriba, nunca estoy. Al menos espero nunca estarlo.
De momento voy por el buen camino.

Cuando la ficha que soy yo está bien situada en el tablero el juego parece ir bien, los jugadores están contentos. Solo en mi turno, cuando muevo y bailo con los dados, la cosa cambia.

Lo cierto es que me fumé a la suerte y desde entonces voy envuelta en humo.

Estupendo.

Es jodido respirar, lo sé. Algunos lo tienen más difícil que otros. Lo dice mi Lista.

Pero si hay algo que de verdad mata es el cáncer de alma. Creo que soy terminal. Poco a poco te consume, te dure lo que te dure el cuerpo. Esa metástasis que inunda tus células de alma, tus órganos de alma, hasta que al final lloras alma y cagas alma, y sucio perdido de alma te alimentas de otras pocas porque la tuya se escapa por el reguero que corre hacia el desagüe.

 

Hoy, a una hora cualquiera, pero siempre hora zulú.

Otra vez bailando para el suelo. Bolitas blancas abortos de nieve.

Y silencio.

miércoles, 5 de febrero de 2014

The Room.


Cuarto creciente.

Claro de luna de nácar, arropada.

Yo no. La luna.

 

Como una de esas ardillas que cruzan el tiempo, salto de incertidumbre en incertidumbre.

Soy, a un tiempo, funambulista y la más torpe del reino.

 
Me ensucio en cualquier charco y permanezco impoluta, vistiéndolo todo con sonrisas. Tal vez sea exasperante.

 
Me confundo de sueño noche tras noche sin decidirme por qué soñar; a la mañana me atraviesan las ideas más confusas disfrazadas de cordero.
Con manos de dulce madre mi cabeza las acuna, tras un vidrioso gesto de reflexión congénita, durante el día, cuando ellos duermen.

 

Todo conmigo, con vosotros a trozos y mi perenne sonrisa de inve(n)cibilidad en la cara.

A veces bien, a veces mal, pero sé que me crece un monstruo dentro.

 

Y sale.

________________________________________________________________

Cuarto menguante.

Sombras. Garras. Bruma en la cama, de agua de mar, densa.

Yo no. La espuma.

 

No se aclara la visión con el paso de los días. No revive el corazón, por tener los pies metidos en arroyos de lágrimas. Sola, como la luna a la que aúllo, respiro y huelo y rastreo; recolecto las espinas que se clavan en mi carne saltando desde el suelo.

Hago una cerbatana con la sábana y las estampo en la pared.

A veces forman un nombre que nunca más se borra.

 

Y no se borra.

________________________________________________________________
 
Pesadilla.

Calor en lata, luz de ultratumba, alientos de no entender nada.

Esta vez yo.

 

Araño en la pared y la cal se me pega. Tal vez arena. 

Despierto, o eso creo. Pero es carne lo que arrancan mis uñas, y sangra. Al menos alguna vez sangraba.

Roja. La escena, la habitación entera. Luz roja de nácar, de bruma, de imaginación a deshora, de palabras no pronunciadas, en estado de espera.

Un bolígrafo afilado, un monstruo que despierta, un ladrido de perro asustado.

 ...

Cuando me quiero dar cuenta he automatizado las puñaladas hasta dejar de contar. Ya toca el filo tras mi espalda la pared.

 

Pesadilla real.

 Tan yo que grito.

 

Ensartados a través de los sables nos susurramos cuentos de noche.

El feliz desenlace nos empuja un poco más desde detrás,

introduciendo más profunda la hoja entre tu carne y mis costillas.

No corretear alegre por los senderos de la vida ahora parece no importar,

si solo sabemos correr para huir asfixiados.

 
El monstruo, triunfante, hace muecas como un diablo.

 

Nos bastaremos con creces para vivir sin motivo;

será nuestro único método de supervivencia.
 
 
Nos bastaremos.

viernes, 10 de enero de 2014

Yerma

If These Trees Could Talk - Red Forest


A veces un recuento se hace necesario si, y solo si, se viste el viento de fresca memoria, revolvedora de cabellos.

Parece propio de nuestra historia notar el olor dulzón de los recuerdos sinceros. Otros más agrios pueden arrugar nuestra nariz, pero no es más que viento. Lo desagradable se marcha tan rápido como viene. Y también lo bueno. Una lástima, ¿no es así?


(Vosotros sabéis más de esto que yo)


Existe otra curiosa sensación pasajera: el calor que irradia el sol de la memoria. O el frío invernal de nuestra conciencia. Pero no son más que estaciones. Tan pronto como se deshace el hielo regresa lo templado al pecho, y la memoria vuelve a casa, cálida de nuevo para nosotros. ¿No se supone que es así?


(Vosotros sabéis más de esto que yo)




A veces imagino que tengo cosas que recordar.

Las personas hacen daño y nos duelen; a veces nos otorgan el don de quedarse a nuestro lado, y es su olor lo que nos mueve. A veces no regresan jamás. A veces no quieren.


A veces imagino que puedo sentir cosas.

Cuando todos miran finjo que sé de lo que hablan cuando hablan de amor, que entiendo lo que leo en los libros y en las letras de las canciones.

Cuando nadie mira invento recuerdos dolorosos y odio sordamente en modo de espera.


A veces pretendo mostrar que no estoy esperando.

Algunos días lloro sin llorar por algo, por el puro placer de llorar, por sentir aquello de puro y saber a qué sabe el dolor. Tal vez en la plena inspiración imagine haberme enamorado. Pero luego se me pasa.


(Vosotros entendéis mejor de esto que yo)



Solo en ocasiones como ésta escribo cosas como ésta. 

Cuando el aguijón de la conciencia me devuelve al suelo de mi vasto no-reino, 
donde cualquier intenso placer es fruto de la envidia, 
cualquier grito plasmado en palabras más altas que otras hacia cualquiera de cierto pasado provoca la envidia, 
la mía, 
supurante pero fría, porque nada ha calentado mis mejillas desde aquel día del fuego de mi casa, aquel aciago día en que la vi arder hasta los cimientos, y yo con ella. 
Qué estoy diciendo.
Ni siquiera he sabido encontrar la envidia pura. Todo lo emponzoñé, no sé cuándo ni cómo, pero desde entonces he envenenado el suelo que piso. 
Os envidio como puedo, con veneno, con todo mi ser, si acaso sé lo que es eso, si acaso yo también lo tengo dentro.


Día taitantos de este nuevo año,


todos los que pasaron por mí han muerto. Los que siguen vivos, a veces no los siento ni los disfruto, en mi pleno y puto apogeo de nada y de sed de bailes bajo cuerda y cuerdas en el cuello.

Aún espero la Gran Inundación. 

Yerma, es la palabra. Falta de esencia madre, de raíz, dentro de este vientre desierto y desnutrido bajo un pecho estúpido.


Quizá podáis verme al trasluz, autómata ridícula sin función tangible que no logra servirse ni a sí misma.


18:43. Establezco aquí y ahora el comienzo de mi propia extinción boreal sin más ayuda que mi ignorancia humana y sin más equipaje que algunas escenas vagas para el viaje, y el saco vacío de nada.


Todo en la sombra, y sin embargo, en la luz me desvelo.


Despertarme, con ellos o sin ellos,

envuelta en un pasado de algo
para alguien, pero para vosotros
nada viejo,
nada nuevo.
(Eco)

Me vuelvo al frío suelo, a lamerme el pelaje, esperando aún los recuerdos.