jueves, 24 de septiembre de 2015

Día 1 de la Esencia: café.

Hay algo mágico en la forma en la que cuesta tragar la espuma recién hecha del capuccino. Una especie de reticencia a ser tragada, a abandonar el lugar del que procede, la leche desnatada...
 
"Hay una esperanza de novedad tras mis ojos, o tal vez un recuerdo adelantado a su momento que aún no ha llegado. Pero sí, me aparece en forma de nerviosismo y taquicardia, calor y temblor fuera de tiempo. Y todo ello regado por la hermosa noción de que se harán realidad no tardando."
 
Pensativa, admiro la densidad de la espuma cuando se acerca al fondo estrecho de la taza, cuando toda ella es canela y costra. Cuando más extraño y amargo sabe el café.
En cierta forma, esto me hace pensar en lo que supone relacionarse con otros seres humanos, sea cual sea su género, pero siempre seres amados. La diferencia entre querer volver a verlos o no está en si aceptamos el sabor final que nos dejan de canela seca y café. Yo ya lo he aceptado.
 
Sentada en una sillita que, lejos de ser cómoda, sirve como buenamente puede a su propósito, admiro el equilibrio precario de la diminuta mesa sobre la que estoy escribiendo. Aún con la deliciosa música de fondo consigo pensar, y todo.
 
Hoy es día para asombrarse con la gran diferencia entre el olor de la canela y su sabor. No tienen nada de semejante. Pero ahí está, la señora canela, recubriendo el árbol que le da la vida en forma de corteza, secándose con el tiempo, poco a poco, hasta acabar haciendo de la espuma de nuestro café una verdadera costra. Me parece una hermosa forma de terminar, acabar los días, el recorrido, si es que hay una forma hermosa de acabar. Acabar en el pensamiento de alguien. Hermoso.
 
Sí. Yo también he terminado.

lunes, 7 de septiembre de 2015

Septiembre

Palabras que sorprenden una tarde de septiembre. Sólo por el hecho de haber sido escritas para olvidar, merecen ser recordadas.
 
"Inquietos pensamientos acuden a la llamada del alma, al toque de una canción.
Saben a traición no perpetrada, a historia a medio hacer, a "hasta luegos".
El pensamiento automático no sabe salir cuando se le pide...
 
Me tiembla la mano, me gusta este color y estos sonidos.
Siento escalofríos, a lo mejor no soy yo la que viste de rojo.
A lo mejor no soy yo la que ves.
Vísteme a tu gusto, tú que nunca miras,
desvísteme al tiempo,
canta lo que te apetezca,
nace,
crece,
muere en lo más alto de la torre;
tírate al vacío después.
 
Me pregunto si mi entorno también se está atando. Me preguntan si soy la única inconsciente del lugar. Me pregunto si así es como vivo.
Me apetece escribir y lo hago. El día que me apetezca volar, ¿podré hacerlo? El día que me apetezca... Tal vez no esté aquí.
Sabes en qué momentos te apetecería romper con todo. Solo que no lo haces."

jueves, 5 de marzo de 2015

Natsukashii.

Esta es la historia de cómo acabé retomando el dibujo por falta de todo en mi vida, de cómo me voy yendo al ánimo de Sharon Van Etten y The Jezabels y a recordar cosas lejanas.
 
Natsukashii, o la nostalgia feliz. Esa que tanto cuesta.
 
Esta es la historia de las historias destrozadas antes de tiempo, antes de antes de tiempo. De lo fugaz de lo eterno, de la rabia de no encontrar lo segundo.
 
Pasta. Nieve. Rosendo. Guitarra. Luces de neón.
 
Esta es mi historia, y me retuerzo en ella. Estos, mis sueños: durmiendo.
 
Estas son las semillas que disperso por el suelo, esta es mi ceguera y todas las semillas que piso arrepentida de haberlas lanzado sin pensarlo.
 
Esta soy yo, quemando puentes, sentada en mitad de un cultivo yermo, yerma, dando la espalda a un terreno que tal vez empiece a dar brotes.
 
Esta soy yo, dando migas de pan a los patos de madera de un estanque de papel de aluminio del Belén que yo misma he construido no sé hace cuánto.
 
Lo sé. Cuando empiece a dar oportunidades (ganadas) empezaré a dármelas a mí misma.
 
Ya han comido demasiado los patos, se me aburre el cuerpo y el espíritu y me aburro yo. Intensa, dolorosamente.
 
Cierro paréntesis.

viernes, 2 de enero de 2015

02


Dos de enero.

Comienzo el año con el mismo pensamiento que me aborda desde hace tiempo, como una angustiosa pesadilla que se repite cada noche: por qué yo no.

Y eso que a pesar de todo, pienso menos, siento menos.
No tengo nuevas emociones que colocar en el pecho. No necesito fugas de escape. No hay llamadas en el contestador metafórico, nada, ningún mensaje.

Lo siento. No sé responder si no me preguntan.

 

Añadiría un cuarto temor a los que todo hombre sabio tiene.

Un mar en calma puede traer serias consecuencias. Lo digo porque creo que lavarme los dientes con la luz apagada es de lo más emocionante que he hecho últimamente.

He sentido repentinas ganas de llorar más rápido de lo que tarda en descorcharse una botella de champán. Pero en su lugar frunzo el ceño, y miro hacia el horizonte.

No lo alcanzo.

 
Lo siento, no siento nada, salvo esta extraña angustia al moverme. Tengo prisa por vivir pero no consigo hacerlo. Acude antes a mí el suspiro que la satisfacción del haber hecho. Pánico escondido. Taquicardia subconsciente. Agitación mental. Vorágine. Y yo tan muerta por fuera.

Suspiro. Suspiro con sabor a no soy yo, ni lo seré. Sabor a cuántos posibles veranos y cuántos fríos inviernos hubieran podido ser. Mira que saberme más así, sin tenerlo, sin tocarlo. Sabor a no saber a qué sabe.
Maldita sea.

 
Hay un cúmulo de cosas que necesito para mí, que necesito de alguien y no encuentro. Sé que es anhelo en carne y hueso que intento encajar en el hueco del puzle que me falta por rellenar.

Lo siento. Sé que es aquello que no me encaja aunque lo haga a la fuerza.

Sólo me queda olvidar la pieza sobre la mesa. Dejar el hueco y saber que tampoco se va a rellenar de esta manera.
Esperar a que todo o nada pase. Hacer mientras espero, esperar a que hagan. Moverme pero permanecer en el sitio.
Predigo un mal final.

Aunque no hay problema en elegir la dirección en un cruce de caminos si no hay nada esperando en ninguno.