domingo, 16 de febrero de 2014

Outsider


Mucho para pensar, demasiada corteza gris y poco tiempo.
Todo. Ahora.

La historia prosigue así.

Casi sin darme cuenta comencé a caminar fuera del cementerio. Camino de tristes cipreses, altos como la sombra que me precedía. Dejé el cuerpo bajo suelo para lo que me queda de existencia, sin tener en cuenta a los carroñeros de turno. Sé que conseguí sacudirme las cenizas de encima en algún momento, el olor a casa en llamas, aunque no sé cómo. Una casa en la que ninguna parte de mí pertenecía. Lamentablemente y nunca.
Me tatué fuerte la huella emocional que me llevé de allí en el pecho. Quema, claro que quema.
A veces regreso para comprobar que todo aquello sigue tan muerto como la última vez que me alejé.
Me encapucho de polvo para mayor disimulo. En el rostro se torna barro.
“No se ve, la vida se me queda oscura”

 
Pero tremendamente elefantada aquí sigo, paladeando cada segundo de pisada. Enormes orejas como radares o espantamoscas. Quién sabe. Herramienta nasal que capta olores o feromonas. Soy tremendamente grande pero soy sigilo.
Os estrangulo desde detrás, al paso, y no os dais cuenta.

 
Rebobino.
En aras a mi aparente genética de subsuelo parece que también enterré recuerdos nada más hundirse mi último barco. Todo a pique. Por conveniencia está y estará perfecto en el fondo del océano, llaves y cofre y mapa del cuestionable tesoro. No late, y me alegra, ya que me importa una mierda. Su rostro no ocupará más mi pensamiento: enorme y pringosa mancha de tinta encima.

Sigamos. Que a mí lo que me interesa es caminar ahora.

Besos y palos de los malos, claro.
Ocupo demasiado espacio.

El sigilo como meta. Diligencia de pasos pesados que esperan no trastabillar algún día. A ver si así.

No comprendo cómo me sedo, pero lo hago. Parece que funciona por oleadas. Puedo morir y renacer en la misma noche varias veces y apenas ondear el viento; pero me crecen garras, ya lo creo que sí. Putas uñas nacidas del alma. De esas que sólo se notan con el contacto del agua sobre el arañazo que han dejado.

Lo que trago no es normal ni lógico. Como la garganta no me avisa yo sigo. Derecha y al abismo.
Darle nombre al sabor de boca es mi prioridad.

Abro los ojos y el cerebro. A ver de qué son capaces.

*Especial mención para las bandadas de cuervos ávidos que rondan el camino.
Ni así ni nunca, me temo.
Seguid, perros.

Para mordiscos, los míos.


[Intento de poema –el ritmo recuerda a Costa]
Poemas de esos que no llevan a nada. Ridícula la rima y la poeta. No hay mucho que hacer.

 
Si algo desprendo ahora es feromonas de ceniza y de luna llena.
Colmillos listos para la mejor de las cenas.
Difícil de saciar,
llamo a filas a la humanidad
a ver quién me llena.

lunes, 10 de febrero de 2014

De corcho


Cuando subo al mundo suelo venderme por un beso. De esos que luego saben a ponzoña.

Cada vez que asciendo me enveneno un poco por dentro. Una vez casi me pierdo, casi fui muñeca de trapo dentro de aquel espectáculo completamente idiota. Pero supe volver.

Menos mal.

Se me olvida lo bien que nado aquí abajo. Mi amigo el viento es el único que viene a visitarme, a despeinarme, pero tonta de mí lo rechazo. Es absurdo que intente tener el pelo siempre en su sitio, colocado, maniática  y obsesiva de mierda.

Colocados, o simplemente locos. Me fascinan sus motivos y también su falta de ellos. Me arrastro detrás incansable, claro que me arrastro, vacilándome el paso, como hizo en su día Kerouack, tal y como estoy haciendo ahora a pequeña escala. A ver si consigo que se me pegue algo, que parece que solo brillo cuando deliro.

Cuando me buscan lo hacen en el auge de la bebida o la soledad. Creo que soy la calma, o la tormenta, depende. Cuando me buscan allí arriba, nunca estoy. Al menos espero nunca estarlo.
De momento voy por el buen camino.

Cuando la ficha que soy yo está bien situada en el tablero el juego parece ir bien, los jugadores están contentos. Solo en mi turno, cuando muevo y bailo con los dados, la cosa cambia.

Lo cierto es que me fumé a la suerte y desde entonces voy envuelta en humo.

Estupendo.

Es jodido respirar, lo sé. Algunos lo tienen más difícil que otros. Lo dice mi Lista.

Pero si hay algo que de verdad mata es el cáncer de alma. Creo que soy terminal. Poco a poco te consume, te dure lo que te dure el cuerpo. Esa metástasis que inunda tus células de alma, tus órganos de alma, hasta que al final lloras alma y cagas alma, y sucio perdido de alma te alimentas de otras pocas porque la tuya se escapa por el reguero que corre hacia el desagüe.

 

Hoy, a una hora cualquiera, pero siempre hora zulú.

Otra vez bailando para el suelo. Bolitas blancas abortos de nieve.

Y silencio.

miércoles, 5 de febrero de 2014

The Room.


Cuarto creciente.

Claro de luna de nácar, arropada.

Yo no. La luna.

 

Como una de esas ardillas que cruzan el tiempo, salto de incertidumbre en incertidumbre.

Soy, a un tiempo, funambulista y la más torpe del reino.

 
Me ensucio en cualquier charco y permanezco impoluta, vistiéndolo todo con sonrisas. Tal vez sea exasperante.

 
Me confundo de sueño noche tras noche sin decidirme por qué soñar; a la mañana me atraviesan las ideas más confusas disfrazadas de cordero.
Con manos de dulce madre mi cabeza las acuna, tras un vidrioso gesto de reflexión congénita, durante el día, cuando ellos duermen.

 

Todo conmigo, con vosotros a trozos y mi perenne sonrisa de inve(n)cibilidad en la cara.

A veces bien, a veces mal, pero sé que me crece un monstruo dentro.

 

Y sale.

________________________________________________________________

Cuarto menguante.

Sombras. Garras. Bruma en la cama, de agua de mar, densa.

Yo no. La espuma.

 

No se aclara la visión con el paso de los días. No revive el corazón, por tener los pies metidos en arroyos de lágrimas. Sola, como la luna a la que aúllo, respiro y huelo y rastreo; recolecto las espinas que se clavan en mi carne saltando desde el suelo.

Hago una cerbatana con la sábana y las estampo en la pared.

A veces forman un nombre que nunca más se borra.

 

Y no se borra.

________________________________________________________________
 
Pesadilla.

Calor en lata, luz de ultratumba, alientos de no entender nada.

Esta vez yo.

 

Araño en la pared y la cal se me pega. Tal vez arena. 

Despierto, o eso creo. Pero es carne lo que arrancan mis uñas, y sangra. Al menos alguna vez sangraba.

Roja. La escena, la habitación entera. Luz roja de nácar, de bruma, de imaginación a deshora, de palabras no pronunciadas, en estado de espera.

Un bolígrafo afilado, un monstruo que despierta, un ladrido de perro asustado.

 ...

Cuando me quiero dar cuenta he automatizado las puñaladas hasta dejar de contar. Ya toca el filo tras mi espalda la pared.

 

Pesadilla real.

 Tan yo que grito.

 

Ensartados a través de los sables nos susurramos cuentos de noche.

El feliz desenlace nos empuja un poco más desde detrás,

introduciendo más profunda la hoja entre tu carne y mis costillas.

No corretear alegre por los senderos de la vida ahora parece no importar,

si solo sabemos correr para huir asfixiados.

 
El monstruo, triunfante, hace muecas como un diablo.

 

Nos bastaremos con creces para vivir sin motivo;

será nuestro único método de supervivencia.
 
 
Nos bastaremos.