domingo, 6 de julio de 2014

Banco tibio.

 
 
No se necesita cristal para hacer de espejo. Os lo demostraré.


 
Con la iglesia de piedra a mis espaldas, sujeto un banco al suelo, en calma, una cálida y silenciosa tarde de julio. Se escuchan cánticos de alabanza cercanos, pero no encuentro nada más espiritual ahora mismo, en esta plaza, que el canto de unos cuantos pájaros tardíos.

Soy, con toda seguridad, el único alma que se encuentra en cierto estado de meditación mientras escribo esto, en un par de kilómetros a la redonda. De alguna manera, converso en voz alta conmigo misma dentro de mi cabeza.
Me apetecía dejar por escrito lo sencillo que es todo esto y lo compleja que estoy resultando yo últimamente. Aquí, en esta minúscula plaza (si así puede considerarse) soy, mal comparada, un cuadro extraño relativamente a la vista.
Es entrañable lo bien que llevan sitios como estos la tristeza, como si ya la hubieran digerido tanto que no cupieran más suspiros de angustia. Imagino que los lugareños se preguntan extrañados qué hago yo escribiendo esto ahora, sola. Resulta que pretendo expresar de alguna forma la curiosa serenidad que me invade ahora mismo.
Sin embargo, parecen más fuertes los trinos de los pájaros que los de la sagrada trinidad. De vez en cuando un esporádico motor gruñe, pero no hay sonido que no se haya acostumbrado ya a esta prolongada calma.
No atisbo tristeza en esta plaza. En realidad atisbo poco en este sitio. Y sin embargo, la iglesia es catedral a ojos de este templo meditabundo de quietud, y luce hermosa a pesar de que está vestida de andamios. Dice que lleva demasiado tiempo en obras. Dice que en realidad se muere por estar de nuevo desnuda.
Estoy sentada justo al lado de un pequeño arco majestuoso que probablemente custodie la entrada al jardín que unas pocas imaginaciones han construido en algún momento de sus vidas. Sé que aún me quedan sitios por descubrir. Probablemente tan soñolientos y nostálgicos como este.
Me alegro de haber salido a la calle. La soledad es menos soledad entre bancos de madera tibia y enormes piedras calientes. Las 8 de la tarde de un verano cualquiera ahora me parecen la hora más maravillosa del mundo.
Sí, puedo percibir que la sensación de soledad me desaparece por un momento. Hace poco que un amigo se ha ido. En todos los sentidos. Uno de los pocos un poco como yo. Y me ha resultado un extraño. Parece ser que hay esencias destinadas a chocarse una vez y no más. Una sola vez. A veces nunca llegan a toparse, por infinita desgracia, pero eso es otro tema. Quiero decir que a veces la gente se va sin haber llegado siquiera, y eso es más triste incluso. Los días en que me doy perfecta cuenta de que faltan despedidas y sobran palabras vacuas se me cae un poco la vida al suelo. La maldita conciencia en parte no me perdona. Dice que una vez fui algo y ahora eso ha quedado atrás. Voy a tener que salir a buscarme de nuevo, maldita sea.
En el amplio mundo de la ciencia se dice que el límite entre una estrella oscura y el resto del universo es denominado “horizonte de eventos”, donde el tiempo y el espacio se deforman por completo. He podido ver que los niños también saben hacer eso. De pronto, pueden alargar o encoger una unidad tan universal como es el segundo, si se trata de ganar o perder una carrera. Los niños son una maravilla. Son como nosotros pero más puros y enérgicos. Los niños son los seres más enérgicos del mundo. De alguna manera contagian toda esa vida que tanto nos hace falta a los “mayores”. Qué desgracia de crecimiento.
Estoy rodeada de unos pocos. Juegan en la plaza. Reciben taimadas riñas, pero apenas les entran en la cabeza. Si hay algo peligroso de verdad es un niño que empieza a crecer torcido.
Debo tener algo sano en el aura, porque se acercan a mí. En parte por curiosidad por saber qué demonios estoy haciendo, y (supongo) que en parte intuyen que en realidad lo que necesito es un par de buenos amigos, para variar. Un par de almas, tampoco pido tanto. Pobres. Desconocen las historias que albergo en mi mente y a la vez la falta que me hacen otras nuevas.
Hace poco he contestado a una persona que no puede meterse en mi cabeza, de manera que pueda adivinar mis pensamientos o mis futuros actos. Y me ha contestado que “afortunadamente no puede”. No supe cómo tomarme ese comentario en aquel momento, pero ahora sé que duele, al menos un poco.
En fin. 20:34 horas del 04 de julio de 2014.
Para el universo.
A una nube de distancia de que regrese la calma que tanto me ha tranquilizado en otros momentos. Momentos como éste.