No se necesita cristal para hacer de espejo. Os lo demostraré.
Con
la iglesia de piedra a mis espaldas, sujeto un banco al suelo, en calma, una
cálida y silenciosa tarde de julio. Se escuchan cánticos de alabanza cercanos,
pero no encuentro nada más espiritual ahora mismo, en esta plaza, que el canto
de unos cuantos pájaros tardíos.
Soy,
con toda seguridad, el único alma que se encuentra en cierto estado de
meditación mientras escribo esto, en un par de kilómetros a la redonda. De alguna
manera, converso en voz alta conmigo misma dentro de mi cabeza.
Me apetecía
dejar por escrito lo sencillo que es todo esto y lo compleja que estoy
resultando yo últimamente. Aquí, en esta minúscula plaza (si así puede
considerarse) soy, mal comparada, un cuadro extraño relativamente a la vista.
Es entrañable
lo bien que llevan sitios como estos la tristeza, como si ya la hubieran
digerido tanto que no cupieran más suspiros de angustia. Imagino que los
lugareños se preguntan extrañados qué hago yo escribiendo esto ahora, sola. Resulta
que pretendo expresar de alguna forma la curiosa serenidad que me invade ahora
mismo.
Sin embargo,
parecen más fuertes los trinos de los pájaros que los de la sagrada trinidad. De
vez en cuando un esporádico motor gruñe, pero no hay sonido que no se haya
acostumbrado ya a esta prolongada calma.
No atisbo
tristeza en esta plaza. En realidad atisbo poco en este sitio. Y sin embargo,
la iglesia es catedral a ojos de este templo meditabundo de quietud, y luce
hermosa a pesar de que está vestida de andamios. Dice que lleva demasiado
tiempo en obras. Dice que en realidad se muere por estar de nuevo desnuda.
Estoy
sentada justo al lado de un pequeño arco majestuoso que probablemente custodie
la entrada al jardín que unas pocas imaginaciones han construido en algún
momento de sus vidas. Sé que aún me quedan sitios por descubrir. Probablemente tan
soñolientos y nostálgicos como este.
Me alegro
de haber salido a la calle. La soledad es menos soledad entre bancos de madera
tibia y enormes piedras calientes. Las 8 de la tarde de un verano cualquiera
ahora me parecen la hora más maravillosa del mundo.
Sí,
puedo percibir que la sensación de soledad me desaparece por un momento. Hace poco
que un amigo se ha ido. En todos los sentidos. Uno de los pocos un poco como
yo. Y me ha resultado un extraño. Parece ser que hay esencias destinadas a
chocarse una vez y no más. Una sola vez. A veces nunca llegan a toparse, por
infinita desgracia, pero eso es otro tema. Quiero decir que a veces la gente se
va sin haber llegado siquiera, y eso es más triste incluso. Los días en que me
doy perfecta cuenta de que faltan despedidas y sobran palabras vacuas se me cae
un poco la vida al suelo. La maldita conciencia en parte no me perdona. Dice que
una vez fui algo y ahora eso ha quedado atrás. Voy a tener que salir a buscarme
de nuevo, maldita sea.
En el
amplio mundo de la ciencia se dice que el límite entre una estrella oscura y el
resto del universo es denominado “horizonte de eventos”, donde el tiempo y el
espacio se deforman por completo. He podido ver que los niños también saben
hacer eso. De pronto, pueden alargar o encoger una unidad tan universal como es
el segundo, si se trata de ganar o perder una carrera. Los niños son una
maravilla. Son como nosotros pero más puros y enérgicos. Los niños son los
seres más enérgicos del mundo. De alguna manera contagian toda esa vida que
tanto nos hace falta a los “mayores”. Qué desgracia de crecimiento.
Estoy
rodeada de unos pocos. Juegan en la plaza. Reciben taimadas riñas, pero apenas
les entran en la cabeza. Si hay algo peligroso de verdad es un niño que empieza
a crecer torcido.
Debo tener
algo sano en el aura, porque se acercan a mí. En parte por curiosidad por saber
qué demonios estoy haciendo, y (supongo) que en parte intuyen que en realidad
lo que necesito es un par de buenos amigos, para variar. Un par de almas,
tampoco pido tanto. Pobres. Desconocen las historias que albergo en mi mente y
a la vez la falta que me hacen otras nuevas.
Hace poco
he contestado a una persona que no puede meterse en mi cabeza, de manera que
pueda adivinar mis pensamientos o mis futuros actos. Y me ha contestado que “afortunadamente
no puede”. No supe cómo tomarme ese comentario en aquel momento, pero ahora sé
que duele, al menos un poco.
En fin.
20:34 horas del 04 de julio de 2014.
Para el universo.
A una nube de distancia
de que regrese la calma que tanto me ha tranquilizado en otros momentos. Momentos como éste.