viernes, 10 de enero de 2014

Yerma

If These Trees Could Talk - Red Forest


A veces un recuento se hace necesario si, y solo si, se viste el viento de fresca memoria, revolvedora de cabellos.

Parece propio de nuestra historia notar el olor dulzón de los recuerdos sinceros. Otros más agrios pueden arrugar nuestra nariz, pero no es más que viento. Lo desagradable se marcha tan rápido como viene. Y también lo bueno. Una lástima, ¿no es así?


(Vosotros sabéis más de esto que yo)


Existe otra curiosa sensación pasajera: el calor que irradia el sol de la memoria. O el frío invernal de nuestra conciencia. Pero no son más que estaciones. Tan pronto como se deshace el hielo regresa lo templado al pecho, y la memoria vuelve a casa, cálida de nuevo para nosotros. ¿No se supone que es así?


(Vosotros sabéis más de esto que yo)




A veces imagino que tengo cosas que recordar.

Las personas hacen daño y nos duelen; a veces nos otorgan el don de quedarse a nuestro lado, y es su olor lo que nos mueve. A veces no regresan jamás. A veces no quieren.


A veces imagino que puedo sentir cosas.

Cuando todos miran finjo que sé de lo que hablan cuando hablan de amor, que entiendo lo que leo en los libros y en las letras de las canciones.

Cuando nadie mira invento recuerdos dolorosos y odio sordamente en modo de espera.


A veces pretendo mostrar que no estoy esperando.

Algunos días lloro sin llorar por algo, por el puro placer de llorar, por sentir aquello de puro y saber a qué sabe el dolor. Tal vez en la plena inspiración imagine haberme enamorado. Pero luego se me pasa.


(Vosotros entendéis mejor de esto que yo)



Solo en ocasiones como ésta escribo cosas como ésta. 

Cuando el aguijón de la conciencia me devuelve al suelo de mi vasto no-reino, 
donde cualquier intenso placer es fruto de la envidia, 
cualquier grito plasmado en palabras más altas que otras hacia cualquiera de cierto pasado provoca la envidia, 
la mía, 
supurante pero fría, porque nada ha calentado mis mejillas desde aquel día del fuego de mi casa, aquel aciago día en que la vi arder hasta los cimientos, y yo con ella. 
Qué estoy diciendo.
Ni siquiera he sabido encontrar la envidia pura. Todo lo emponzoñé, no sé cuándo ni cómo, pero desde entonces he envenenado el suelo que piso. 
Os envidio como puedo, con veneno, con todo mi ser, si acaso sé lo que es eso, si acaso yo también lo tengo dentro.


Día taitantos de este nuevo año,


todos los que pasaron por mí han muerto. Los que siguen vivos, a veces no los siento ni los disfruto, en mi pleno y puto apogeo de nada y de sed de bailes bajo cuerda y cuerdas en el cuello.

Aún espero la Gran Inundación. 

Yerma, es la palabra. Falta de esencia madre, de raíz, dentro de este vientre desierto y desnutrido bajo un pecho estúpido.


Quizá podáis verme al trasluz, autómata ridícula sin función tangible que no logra servirse ni a sí misma.


18:43. Establezco aquí y ahora el comienzo de mi propia extinción boreal sin más ayuda que mi ignorancia humana y sin más equipaje que algunas escenas vagas para el viaje, y el saco vacío de nada.


Todo en la sombra, y sin embargo, en la luz me desvelo.


Despertarme, con ellos o sin ellos,

envuelta en un pasado de algo
para alguien, pero para vosotros
nada viejo,
nada nuevo.
(Eco)

Me vuelvo al frío suelo, a lamerme el pelaje, esperando aún los recuerdos.