La capacidad
de soñar se mide en sueños no realizados. A pesar de que a veces conseguimos
alcanzar esos pequeños sueños que vamos teniendo a lo largo de nuestra vida,
las personas parece que necesitan seguir soñando. A pesar de tener una larga
lista por cumplir, la cual vamos engrosando cada vez que cerramos por un
momento los ojos al mundo de ahí afuera.
Desde
hace tiempo noto que camino segura, pero no sé hacia dónde exactamente. He
recogido mis bártulos y los he metido en una mochila, junto a todos mis libros
leídos y por leer y me he puesto a caminar. Hace tiempo que persigo miradas
pero éstas corren más que yo y se despistan. La existencia es breve pero
inmensa, hay multitud de blancos y que yo sea uno de ellos es algo más fruto de
la casualidad que de la intención.
Es posible
que haya cogido velocidad yendo al rebufo de dos o tres de los que más me
fascinan, y sin embargo, llegados a este punto, he podido detenerme un instante
en un quiebro en el tiempo.
¿Dónde
estamos?
“Dónde
estás, querrás decir. Aquí solo estás tú, contigo, y nadie más”.
Tal vez
me haya equivocado, y en realidad lo que llena mi mochila es un puñado de ideas
configuradas y moldeadas dentro de mi cabeza en algún momento de mi
pensamiento. A lo mejor lo que intento es llenar esa especie de hueco incómodo
que me dejó aquel aciago 12 de julio, viernes. He guardado en mi mochila la
necesidad de unos labios y un corazón a juego con el mío, que de tanto leer y
pensar ya he imaginado cómo puede (o mejor dicho debería) ser. Desde que he
empezado a correr, me he colocado las gafas de precisión “almamentística” y me
he dedicado a evaluar a cada persona con la que me encontraba, por comprobar si
era ella. Cuando las gafas me decían que existían indicios de posibilidades
amatorias en alguno de los sujetos a los que evaluaba, se encendían y emitían
un sonidito apenas audible. Entonces me quitaba las gafas, abría la mochila y
sacaba todas las ideas en formato papel y revisaba los detalles allí escritos. No
importaba que aún no coincidiesen; algún día lo harían. Porque algo dentro me
dice que él me quiere, que aquél me desea y le gusto y todo eso tan bonito que
ha escrito lo ha escrito para mí, porque llevo tanto tiempo corriendo detrás de
su esquela que ya ha debido darse cuenta de que le persigo, que soy yo lo que
busca, porque tengo que ser lo que alguien busca, tengo que serlo…
He detenido
mis pies, justo aquí, en el filo del acantilado más pequeño y menos terrorífico
que he podido encontrar, solo para demostrarme a mí misma que estaba caminando
hacia ninguna parte. No hay nada que deba asustarme, más que el simple hecho de
no manejar mi soledad. Me empeño en repetirme a mí misma que sé cómo
acompañarme de ella en paz y armonía, y es así la mayor parte del tiempo, pero
en ocasiones, cuando no me doy cuenta, rebusco en mi mochila mis ideales y los
coloco delante de cada persona, comparando, observando, por si alguno de ellos
encajara.
Necesito
detenerme a pensar en cuál es mi camino. Mi camino es el del aprendizaje, de
momento y hasta ahora, y en él se supone que estoy. A veces me desvío un poco
pero más tarde consigo recentrarme. La cuestión es con quién estoy caminando.
¿Debo dar pasos sin esperar que nadie se coloque a mi lado para darme
conversación, o debería salirme del sendero y colocarme al lado de alguien para
hablar? Me he dedicado enteramente a hacer lo segundo. Me he dedicado a recoger
los papeles caídos y las frustraciones y las (a veces) penas de aquellas
personas para devolvérselas en espera de un considerado “gracias”. Pero no
parece que haya obtenido demasiado. Tampoco parece probable que cuando deje de
hacerlo ellos noten la diferencia.
La realidad
a veces se vuelve incómodamente intensa, susurrando al oído. La molestia
aparece cuando la nube fantástica que me envuelve se difumina un poco, como la
neblina hacia el mediodía en cualquier playa de la atiplada costa del norte.
Intento
resistirme a las intuiciones, pero creo que no han fallado demasiado hasta
ahora y me resulta verdaderamente difícil. Qué puedo hacer, me pregunto ahora. No
puedo seguir creando ideales prefabricados para almas tan convulsas como pueda
ser la mía. No entiendo cómo puedo intentar encajar la existencia de una
persona dentro de uno de los moldes hechos por mí si yo no soportaría que
hicieran lo mismo conmigo. Aún recuerdo las amargas palabras de labios de aquel
ser con el que compartí tiempo y energías hace ya casi un año. No quiero algo
así para nadie; ya basta.
La historia
es que hay demasiada vergüenza. Me avergüenza hacer lo que hago en pos de él,
me siento enormemente ridícula y aun así parece que sigo haciéndolo. No sé
dónde queda mi orgullo, he debido de meterlo en algún cajón del que tiré la
llave, aunque a veces golpee desde dentro. Tal vez debería dejarlo salir. Lo encerré
por miedo a que si se presentase la ocasión definitiva y tan ansiada saliese a
decir: largo de aquí, ahora no queremos lo mismo que quieres tú. Tengo auténtico
miedo a decir “no” a lo que llevo tanto tiempo esperando, y por eso recojo
papeles y frustraciones y penas como un sirviente para él a cambio de sonrisas
y miradas que tan mujer y densa me hacen sentir y más de una risa burlona y
fácil por chorradas y estupideces que no vienen a cuento, pero que me devuelven
la pequeñez que había perdido gracias a esa mirada, al parecer, intensa.
No puedo
apartarme de él. No puedo. Pero es imperante aprender a llevar que no quiera
caminar conmigo más que a ratos y en ciertos estados humanos y sólo a veces,
mientras yo camino con él constantemente a distancia y encima y dentro de él,
de manera ligera y cómoda para que no le pese demasiado y se canse de mi
esencia y me tire a la cuneta.
Me callo
por no asustarlo, le escribo para decirle tantas cosas que me vuelve el pánico
y lo desecho, no vaya a ser que también salga corriendo. Estoy harta de toda
esta histeria absurda y nociva. Estoy harta de besar el suelo que pisa y el
aire que respira aunque de verdad así sea, de arrodillarme para que no pise los
charcos y mancharme yo toda de barro y escuchar las risas de fondo. El verdadero
dolor viene cuando me doy cuenta de que todo lo que hace sale de cosas
brillantes, creativas, ingeniosas, locas y buenas, y que vale mil veces más de
lo que se pueda percibir a simple vista, aunque todo esto sea verdad a medias. Qué
importa engrosar las virtudes de alguien si disfruto de ello, porque disfruto de
él cada vez que le tengo unos minutos cerca. Qué me importa a mí estar
equivocada si todos tenemos derecho a que alguien se equivoque cariñosamente
con nosotros y nos quiera con tanto fervor. A todos nos gustaría, a todos.
Debería
dejar de lucirme delante de él, porque ya ha visto todo lo que tenía que ver, y
lo que no, si quiere que se encargue de verlo. Debería quitarme la cofia y el
traje de ama de llaves para ponerme ropa de calle y una mochila nueva y nuevos
zapatos para caminar y bailar. Debería seguir orgullosamente mi camino, a
riesgo de caminar durante mucho tiempo sola, a veces junto a mariposas y a
veces junto a moscas. Las esencias humanas se funden y se separan
necesariamente a lo largo del tiempo, pero nunca permanecen; es imposible que
lo hagan. Las cabezas piensan o no lo hacen, los ojos pueden ver pero no mirar
y es así por naturaleza.
Orgullo, brillante interior escondido, te pido que me
ayudes durante el tiempo que sea necesario aunque maldiga cada día que te tenga
a mi lado si espantas aquello que mi alma pide a gritos, pero ven conmigo y
hazlo, ayúdame en este tramo.
Las esencias maduran, como las mentes, como los
cuerpos. El tiempo también madura, y la piel y los sentidos, y el alma se
curte. Y sabes de sobra que necesitas libros y personas que adoren los libros,
y la vida y correr descalzos.
Sabes
que quien quiera compartirse contigo no tiene que cumplir necesariamente todos
los requisitos, ni siquiera uno solo. No sabes qué depara el horizonte ni qué
producen las huellas del pasado, no lo sabes. ¿Por qué querrías inventártelo?
No
dibujes tu destino, camínalo.