sábado, 17 de mayo de 2014

Inicio.


La capacidad de soñar se mide en sueños no realizados. A pesar de que a veces conseguimos alcanzar esos pequeños sueños que vamos teniendo a lo largo de nuestra vida, las personas parece que necesitan seguir soñando. A pesar de tener una larga lista por cumplir, la cual vamos engrosando cada vez que cerramos por un momento los ojos al mundo de ahí afuera.

Desde hace tiempo noto que camino segura, pero no sé hacia dónde exactamente. He recogido mis bártulos y los he metido en una mochila, junto a todos mis libros leídos y por leer y me he puesto a caminar. Hace tiempo que persigo miradas pero éstas corren más que yo y se despistan. La existencia es breve pero inmensa, hay multitud de blancos y que yo sea uno de ellos es algo más fruto de la casualidad que de la intención.

Es posible que haya cogido velocidad yendo al rebufo de dos o tres de los que más me fascinan, y sin embargo, llegados a este punto, he podido detenerme un instante en un quiebro en el tiempo.

¿Dónde estamos?

“Dónde estás, querrás decir. Aquí solo estás tú, contigo, y nadie más”.

Tal vez me haya equivocado, y en realidad lo que llena mi mochila es un puñado de ideas configuradas y moldeadas dentro de mi cabeza en algún momento de mi pensamiento. A lo mejor lo que intento es llenar esa especie de hueco incómodo que me dejó aquel aciago 12 de julio, viernes. He guardado en mi mochila la necesidad de unos labios y un corazón a juego con el mío, que de tanto leer y pensar ya he imaginado cómo puede (o mejor dicho debería) ser. Desde que he empezado a correr, me he colocado las gafas de precisión “almamentística” y me he dedicado a evaluar a cada persona con la que me encontraba, por comprobar si era ella. Cuando las gafas me decían que existían indicios de posibilidades amatorias en alguno de los sujetos a los que evaluaba, se encendían y emitían un sonidito apenas audible. Entonces me quitaba las gafas, abría la mochila y sacaba todas las ideas en formato papel y revisaba los detalles allí escritos. No importaba que aún no coincidiesen; algún día lo harían. Porque algo dentro me dice que él me quiere, que aquél me desea y le gusto y todo eso tan bonito que ha escrito lo ha escrito para mí, porque llevo tanto tiempo corriendo detrás de su esquela que ya ha debido darse cuenta de que le persigo, que soy yo lo que busca, porque tengo que ser lo que alguien busca, tengo que serlo…

He detenido mis pies, justo aquí, en el filo del acantilado más pequeño y menos terrorífico que he podido encontrar, solo para demostrarme a mí misma que estaba caminando hacia ninguna parte. No hay nada que deba asustarme, más que el simple hecho de no manejar mi soledad. Me empeño en repetirme a mí misma que sé cómo acompañarme de ella en paz y armonía, y es así la mayor parte del tiempo, pero en ocasiones, cuando no me doy cuenta, rebusco en mi mochila mis ideales y los coloco delante de cada persona, comparando, observando, por si alguno de ellos encajara.

Necesito detenerme a pensar en cuál es mi camino. Mi camino es el del aprendizaje, de momento y hasta ahora, y en él se supone que estoy. A veces me desvío un poco pero más tarde consigo recentrarme. La cuestión es con quién estoy caminando. ¿Debo dar pasos sin esperar que nadie se coloque a mi lado para darme conversación, o debería salirme del sendero y colocarme al lado de alguien para hablar? Me he dedicado enteramente a hacer lo segundo. Me he dedicado a recoger los papeles caídos y las frustraciones y las (a veces) penas de aquellas personas para devolvérselas en espera de un considerado “gracias”. Pero no parece que haya obtenido demasiado. Tampoco parece probable que cuando deje de hacerlo ellos noten la diferencia.

La realidad a veces se vuelve incómodamente intensa, susurrando al oído. La molestia aparece cuando la nube fantástica que me envuelve se difumina un poco, como la neblina hacia el mediodía en cualquier playa de la atiplada costa del norte.

Intento resistirme a las intuiciones, pero creo que no han fallado demasiado hasta ahora y me resulta verdaderamente difícil. Qué puedo hacer, me pregunto ahora. No puedo seguir creando ideales prefabricados para almas tan convulsas como pueda ser la mía. No entiendo cómo puedo intentar encajar la existencia de una persona dentro de uno de los moldes hechos por mí si yo no soportaría que hicieran lo mismo conmigo. Aún recuerdo las amargas palabras de labios de aquel ser con el que compartí tiempo y energías hace ya casi un año. No quiero algo así para nadie; ya basta.

La historia es que hay demasiada vergüenza. Me avergüenza hacer lo que hago en pos de él, me siento enormemente ridícula y aun así parece que sigo haciéndolo. No sé dónde queda mi orgullo, he debido de meterlo en algún cajón del que tiré la llave, aunque a veces golpee desde dentro. Tal vez debería dejarlo salir. Lo encerré por miedo a que si se presentase la ocasión definitiva y tan ansiada saliese a decir: largo de aquí, ahora no queremos lo mismo que quieres tú. Tengo auténtico miedo a decir “no” a lo que llevo tanto tiempo esperando, y por eso recojo papeles y frustraciones y penas como un sirviente para él a cambio de sonrisas y miradas que tan mujer y densa me hacen sentir y más de una risa burlona y fácil por chorradas y estupideces que no vienen a cuento, pero que me devuelven la pequeñez que había perdido gracias a esa mirada, al parecer, intensa.

No puedo apartarme de él. No puedo. Pero es imperante aprender a llevar que no quiera caminar conmigo más que a ratos y en ciertos estados humanos y sólo a veces, mientras yo camino con él constantemente a distancia y encima y dentro de él, de manera ligera y cómoda para que no le pese demasiado y se canse de mi esencia y me tire a la cuneta.

Me callo por no asustarlo, le escribo para decirle tantas cosas que me vuelve el pánico y lo desecho, no vaya a ser que también salga corriendo. Estoy harta de toda esta histeria absurda y nociva. Estoy harta de besar el suelo que pisa y el aire que respira aunque de verdad así sea, de arrodillarme para que no pise los charcos y mancharme yo toda de barro y escuchar las risas de fondo. El verdadero dolor viene cuando me doy cuenta de que todo lo que hace sale de cosas brillantes, creativas, ingeniosas, locas y buenas, y que vale mil veces más de lo que se pueda percibir a simple vista, aunque todo esto sea verdad a medias. Qué importa engrosar las virtudes de alguien si disfruto de ello, porque disfruto de él cada vez que le tengo unos minutos cerca. Qué me importa a mí estar equivocada si todos tenemos derecho a que alguien se equivoque cariñosamente con nosotros y nos quiera con tanto fervor. A todos nos gustaría, a todos.

Debería dejar de lucirme delante de él, porque ya ha visto todo lo que tenía que ver, y lo que no, si quiere que se encargue de verlo. Debería quitarme la cofia y el traje de ama de llaves para ponerme ropa de calle y una mochila nueva y nuevos zapatos para caminar y bailar. Debería seguir orgullosamente mi camino, a riesgo de caminar durante mucho tiempo sola, a veces junto a mariposas y a veces junto a moscas. Las esencias humanas se funden y se separan necesariamente a lo largo del tiempo, pero nunca permanecen; es imposible que lo hagan. Las cabezas piensan o no lo hacen, los ojos pueden ver pero no mirar y es así por naturaleza.
Orgullo, brillante interior escondido, te pido que me ayudes durante el tiempo que sea necesario aunque maldiga cada día que te tenga a mi lado si espantas aquello que mi alma pide a gritos, pero ven conmigo y hazlo, ayúdame en este tramo.
Las esencias maduran, como las mentes, como los cuerpos. El tiempo también madura, y la piel y los sentidos, y el alma se curte. Y sabes de sobra que necesitas libros y personas que adoren los libros, y la vida y correr descalzos.
Sabes que quien quiera compartirse contigo no tiene que cumplir necesariamente todos los requisitos, ni siquiera uno solo. No sabes qué depara el horizonte ni qué producen las huellas del pasado, no lo sabes. ¿Por qué querrías inventártelo?

No dibujes tu destino, camínalo.